miércoles, 18 de agosto de 2010

El mundo que te dejo

En contacto con la Naturaleza, recuerdo quien soy. Olvido el humo, el ladrillo y el cemento, y permito que el viento desordene mis ideas. Tengo la oportunidad de recordar que no importo, y que aunque el hombre no existiera ella seguiría estando allí, porque es gracias a su "sabiduría" que existimos, aunque lo olvidemos tan a menudo en la vorágine del día a día.
El planeta en que convivimos refleja luz de todos los colores, y vive y muere en armonía con cada una de las formas que toma. No teme el cambio, porque es cambio; tampoco teme al hombre.
Sin embargo, nosotros somos débiles, y necesitamos manipular la Naturaleza para poder sobrevivir a nuestro miedo. Necesitamos saber que nuestros actos sobrevivirán a nuestra muerte, y no importa que tras nuestra huella ya no crezca más la hierba. Si tememos el fuego, lo apagamos; si tememos el agua, la contenemos; si tememos al hombre, lo humillamos. Por eso, aunque la temo, yo la admiro, y me siento parte de ella. Porque espera paciente, porque sabe que lo que hacemos nos afecta sobre todo a nosotros. Porque es el hombre el que es apagado, contenido o humillado, el que es, en último efecto, producto de su propio cambio.
Me encanta escaparme al bosque para sentirme sola y desprotegida: parece ser que esa es la única manera que tenemos de respetar la tierra que nos da la vida y sin la cual sólo seríamos la idea de algo indefinido y muerto.
No viviré eternamente, pero escucha, el mundo que te dejo es un lugar maravilloso, cuídalo, ámalo, respétalo y recuerda que es tu hogar, pero también el de todos. Me encatantaría que lo cambiásemos juntos, pero sólo si es para mejorarlo.

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